Estoy en la segunda semana, la peor, de la dichosa betaespera. Como en las anteriores estoy tranquila, empiezo a pensar que esta tranquilidad, tan impropia en mi, es fruto de la progesterona que en mi caso está funcionando como un eficaz ansiolítico. Todo sea por no adjudicarme ningún mérito...
Por lo demás, muy a mi pesar, sigo tosiendo. La doc. me dijo que la primera semana tras la IA no importaban las toses pero que en la segunda mejor que me curara el resfriado, pero no lo he conseguido, estoy mucho mejor pero sigo tosiendo de vez en cuando para mi desesperación.
Estoy un poco baja de ánimos y algo asustada. Asustada porque no sé cuánto aguantará mi psique este sube-baja constante, esta frustración y esta incertidumbre permanentes, este vivir en una burbuja, aislada de todos aquellos que ni siquiera suponen el dolor de la infertilidad, este rechazo a los bebés que ha ido naciendo poco a poco en mi supongo que como un mecanismo de defensa...
Ya inicié este camino bastante apaleada y tengo miedo de hundirme tanto que no me de tiempo a nadar rápido hasta la superficie y terminar ahogada por el camino. Sé que no me puedo permitir una depresión, porque mientras peleara con ella se me pasaría los pocos años que me quedan de fertilidad, así que como los burros, me he puesto anteojeras para mirar artificialmente siempre hacia adelante, no mirar a los lados, porque en los laterales están todas las parejas que conozco, todas aquellas que ya parieron, que se pusieron a ello y que tuvieron hace años a sus hijos sin problemas, todos aquellos que aunque me quieren o me aprecian suponen pero ni imaginan lo apaleada que me siento en este tema por la vida, todos aquellos que se enteran del embarazo y corren a comprarle la ropita a su bebé convencidos de que nacerá a los 8 meses, sin miedos, sin angustias. Tampoco quiero mirar hacia atrás, los recuerdos son demasiado dolorosos. Así que siempre adelante...
Lástima que el optimismo, tan necesario en esta lucha, se me quedara en una esquina del camino, no sé dónde y no se cuándo. Tengo miedo. La angustia me sobrevino anoche cuando me leí casi entero el blog de Dana y leí su sufrimiento, su constancia, su determinación, su periplo por tantas clínicas hasta que consiguió, después de muchos, demasiados intentos, tener a su hijo, un niño guapísimo por cierto. Y me pregunté si yo podría, si estaba preparada, física y psicológicamente, para aguantar tanto, porque siempre he pensado que se consigue, pero que hay que ser constante y que a veces el camino es muy largo. ¿Y si me toca a mi el camino largo? ¿podré aguantarlo? La verdad es que no lo sé. Y la verdad es que en este tema he tenido tan mala suerte que no tengo nada a lo que agarrarme para pensar que no me vaya a tocar a mí el camino más empinado de la cuesta arriba.
Y sin embargo, no siempre es así, a veces me siento fuerte y segura, creo en mi, en mi cuerpo, y me convenzo de que puedo con todo, que aguantaré los negativos, los tratamientos, hasta que llegue el ansiado positivo. Y que luego seré capaz de aguantar el embarazo y el miedo a un nuevo aborto... y que conseguiré, al fin, tener a mi hijo en brazos.
Ambos sentimientos se alternan con sólo minutos de diferencia, es el sube-baja de la betaespera que incordia aún más que las dichosas banderillas...
Por cierto, llevo todo el fin de semana sin poder moverme con dolor de espalda, supongo que el reposo obligatorio tampoco ha ayudado demasiado a despejar mi mente.
Desahogos de la mañana del domingo...
